Hagamos, en la intimidad que nos proporciona nuestro despacho/baño/asiento de metro, un ejercicio de autoconocimiento.

Es fácil: se trata de abrir la galería de fotos de nuestro móvil y contar el número de selfies que nos hemos hecho durante este último mes. ¿Cuántos te salen? ¿5, 20, o quizás alguna más? ¿Tenéis alguna con mendigos? ¿Cuántos legsies? ¿Cuántos drelfies y braggies alberga vuestro carrete digital? ¿Cuántos welfies con las pesas del gimnasio, o enseñando la nueva adquisición de Nike frente al espejo? Os podría preguntar también por el número de multiselfies, photobombs o bedstagrams. Pero vamos a dejarlo en esa primera pregunta inicial.

Deberéis saber que, dependiendo del número de autorretratos (ya sabemos que esta palabra es antigua, pero #YOLO) que tengáis, estáis un pasito más cerca de desarrollar tendencias psicópatas y narcisitas. Y no lo decimos nosotros, lo dice el estudio publicado en la revista Personality and Individual Differences (que podéis leer aquí) llevado a cabo por el profesor Jesse Fox de la Universidad de Ohio a finales de diciembre del pasado 2014, dando mucho de que hablar.

Pero, ¿en qué punto estamos para tener que recurrir a estudios que alerten del narcisismo en las fotos que tenemos, en la información que procesamos y en los contenidos que compartimos en las diferentes plataformas?

José Francisco V. C. - POWERBALL

Un buen punto de partida podría en el siguiente dato: en Instagram hay más de 36 millones de fotos tagueadas (#) con la palabra selfie, y más de 96 millones (y subiendo) con la etiqueta ‘’yo’’, sin contar con que según los especialistas en redes sociales, los usuarios elaboran de manera diaria una pequeña novela en Facebook y se sirven del megáfono social por excelencia –Twitter- para contar todo, tenga o no sentido, sea o no de provecho para el resto de la comunidad. De nuevo, el yo, y el porque sí. Porque puedo. Porque estas plataformas son gratuitas y siempre, siempre habrá alguien que esté dispuesto a escucharnos. Aunque sea por suerte, o por error.

El amor (y el narcisismo) en los tiempos del cólera

El narcisismo está definido como un trastorno de la personalidad que implica la preocupación excesiva por uno mismo y por cómo se es percibido por los demás. El narcisista está interesado y es movido por la satisfacción de su vanidad y la admiración de sus propios atributos físicos e intelectuales. Y es que el uso abusivo que se le da a estas plataformas, en el que el afán por proyectar lo mejor de uno mismo a veces roza el exhibicionismo, preocupa.

A continuación os dejamos una lista de los rasgos más característicos comunes a las personas que sufren este transtorno en nuestros días son, que son entre otros:

  1. Inundan las redes sociales con fotos de su imagen esperando los likes (y la admiración de todos, aunque esto no se dice abiertamente. Son narcisistas, no idiotas)
  2. Envidian a los demás, o la creencia de que el resto les tiene envidia.
  3. Creen que rozan la perfección y buscan a aquellos que consideran que se asemejan a su condición.
  4. Piensan que tienen capacidades (del tipo que sean) superiores al resto, y no dudan en exhibirlas.
  5. La falsa creencia de que los demás deben ocuparse de sus necesidades de forma inmediata cuando se necesita o exige (algo así como un tirano, pero con filtros y estados).
  6. Buscan notoriedad de la forma que sea, mediante las etiquetas necesarias que les permitan hacerse visibles.
  7. Buscan constantemente una valoración por parte del grupo que ellos consideran el indicado; exigen alados y reconocimientos por lo que consideran que nadie más podría hacer.
  8. Constante exposición de logros.
  9. Consideran que deben tener privilegios especiales frente a las demás personas, y lo hacen ver.
  10. A los demás nos inunda una profunda sensación que mezcla cabreo, dolor de cabeza y nausea.

No me digáis que se os ha venido el perfil de alguien en alguna de estas redes a la cabeza. Vaya, jamás lo hubiera esperado.

José Francisco V. C. - POWERBALL

No cabe duda de que una de las utilidades principales de las redes sociales es la de comunicarse y, si bien es cierto que a nivel usuario se nos puede ir de las manos, las redes ayudan a las marcas a darse voz, vender y crear una comunidad real (uno de los sentimientos fundamentales a la hora de vender). También ayuda a la gente ‘’de a pie’’ a crear su marca personal o conectar con sus ídolos y personas de interés sin la adulteración de los medios convencionales. Un cara a cara. Puede que por eso guste tanto. Y puede que por eso también se esté convirtiendo en un problema.

Pero por favor, no nos malinterpretéis: somos los primeros que alabamos las ventajas que nos proporcionan estas plataformas. El »pero» es un uso siempre responsable, estudiado, moderado y selectivo en cuanto a compartir contenidos se refiere. Sería muy idiota, siendo Community Manager, si me tirara piedras contra mi propio tejado: las redes sociales son unas herramientas maravillosas, con unas utilidades –a priori- evidentes y lógicas. El problema viene cuando el sólo uso que se les da es el de alimentar un ego pobre que sube de mala manera los peldaños que Maslow dibujó.

Tengo un problema, doctor: yo, mi, me, conmigo.

Y derivada de esta obsesión por compartir, subir, postear y alcanzar un número determinado de likes, retweets y favs, surgen cosas como éstas: la nomofobia (palabra acuñada hace sólo cuatro años), que se puede definir como el miedo irracional a salir de casa sin el móvil.

Asusta saber que más de un 53% de los usuarios de móviles sienten ansiedad cuando se quedan sin batería, sin cobertura, u olvidan o pierden el móvil.

Y seguimos con datos: las mujeres, en un 70% (frente al 60% de los hombres) los adolescentes y los universitarios son los mas expuestos a esta nueva fobia. En nuestro país el peligro de que se extienda el temor irracional a no estar conectados es elevado si tenemos en cuenta que nos hemos convertido en el espacio europeo con mayor número de móviles por habitante.

Otro de los puntos de inflexión derivados de esta obsesión por mantenernos constantemente conectados a la red por esa necesidad imperante de publicar nuestro estado de ánimo, vivencias y pensamientos es la iniciativa que Facebook lleva a cabo en Estados Unidos desde el pasado 2011. Se trata de una herramienta para evitar posibles casos de suicidios en los usuarios de la plataforma. ¿Cómo? Pues sí, da miedo: Facebook se sirve de herramientas digitales como el empleo de la información masiva (big data) y la colaboración de los amigos, y amigos de amigos, y amigos en común. Los estados raros, melancólicos, los enlaces a canciones tristes de Youtube o la publicación de información que pueda llevar a pensar que una persona se plantea la muerte como solución a sus problemas, podrán en alerta a la plataforma, con diversas soluciones: desde chatear con una persona que haya sobrevivido a un intento de suicidio y sea capaz de gestionar una crisis de angustia, chatear con una de sus amistades o ponerse en contacto con organizaciones especializadas en salud mental.

Poco queda del »tía, pasa de él, no te merece. Chat YA»

Movimientos como el Quantified Self (que insta a unir tecnología y datos para crear modelos de conducta relacionados con la salud) o estudios como el de la relación entre el uso de Facebook y la depresión o cómo las redes sociales afectan negativamente a nuestro estado de ánimo, nos ponen en alerta ante cosas que hasta hace pocos años eran impensables pero que, a día de hoy y sin previsiones de mejora, van a más.

Yo les declaro marido y mujer. Pueden actualizar su status de Facebook.

Admítelo, nunca vas a ser tan feliz como ese amigo tuyo de Facebook que se ha ido a hacer la Ruta 66. No, ni como esa chica morena de ojos verdes en un bikini espectacular, tampoco. Porque Facebook es el escaparate mejorado de nosotros mismos. Instagram saca la mejor versión de todos los tonos de moreno. El ingenio de Twitter es sólo digno de unos pocos twistars. Pinterest es la nueva portada de revista tratada con Photoshop.

Como mucho, podrás parecerte a ese que sale con los apuntes estudiando. Cuanto antes lo asimiles, mejor.

Los usuarios tenemos poca opción a la hora de decir claramente ‘’esto no me gusta’’ o »vaya moco te acabas de tirar’’. Sí, podemos presionar el botón de unfollow, o siempre tenemos la posibilidad de dejar de ser amigos de alguien. Lo cierto es que la forma en la que las redes sociales muestran nuestros perfiles anima a compartir la alegría de la vida. Aún cuando no hay alegría. Sea como sea, tiene que parecerlo, aunque esto nos lleve a interpretar una obra de teatro donde lo único que hacemos es interpretar a un personajillo con una vida digna de 10k likes.

Esta creciente obsesión por las cifras hace que uno se plantee ciertos aspectos sobre el comportamiento en las redes sociales y cómo se confunde el significado real de influencia y se empaña con nuestro problema: el exceso de ego.

Si tu wall de Facebook sólo habla sobre ti, si tu blog sólo habla de ti, si tus comentarios en Twitter sólo tratan sobre ti y si pudieras te harías follower de ti mismo, ¿qué aportas a tus seguidores? ¿qué te une a ellos? Los falsos gurús están en boga, y hay que intentar tomar el control de la situación cuando las redes sociales (recalcamos el social, en MAYÚSCULAS, negrita y subrayado) nos hacen ser menos humanos y, por descontado, sociales.

Y tú, ¿cuántos likes necesitas para sentirte bien?